sábado, 4 de junio de 2011

LA LECTURA EN EL MUNDO ROMANO.

ENTRE EL VOLUMEN Y EL CODEX. Por Guglielmo Cavallo

¿En qué momento podemos empezar a hablar de la presencia de verdaderos libros en Roma y de la aparición allí de una práctica real de la lectura? En la Roma de los primeros siglos, el uso de la escritura debe considerarse circunscrito al cuerpo sacerdotal y a los grupos gentilicios, depositarios de los saberes fundamentales de la ciudad, el sacramental y el jurídico, de la medida del tiempo, del orden analítico de los acontecimientos: conocimientos que se encontraban recogidos en libros lintei (de tela de lino, en los cuales se conservaba fundamentalmente el saber sacramental) o en tabulae lignarias. Desde el aspecto más específico de la literatura de Roma, sus formas primitivas estaban relacionadas con el restringido círculo de la clase dirigente y con exigencias concretas de la vida social: prosa oratoria de estilo sobrio, mortuorum laudationes, informes de magistratura, memorias de la ciudad escritas sin ornamento retórico alguno. Catón el Censor (234–149 a.C.) leía sus oraciones en tablillas; y él mismo compuso y escribió: «en gruesos caracteres» –con el objeto de hacerla más clara para la lectura– una «historia de Roma» para que cuando su hijo aprendiera las primeras nociones de la lectura y la escritura pudiera aprovechar la experiencia del pasado. Nos encontramos aún lejos de los verdaderos libros y prácticas de lectura, pero la época de Catón señala un momento de desarrollo.

En el 181 a.C. fueron encontrados los llamados «libros de Numa», rollos de papiro envueltos en hojas de cedro. Estos rollos –por lo que deducimos de fuentes que no dejan de ser contradictorias– en parte eran griegos y de contenido filosófico–doctrinal, fueron quemados porque eran contrarios a la religión institucional; otra parte era latina y de iure pontificum, «de derecho pontificio». Sin embargo eran falsos: «de aspecto demasiado nuevo» los describe Livio; lo cual significa que en aquella época el volumen, el libro en forma de rollo de papiro difundido desde hacía tiempo en el mundo heleno, ya era conocido en Roma, y que aquí se importaba el mismo papiro, de modo que incluso se podían fabricar libros. En ese mismo periodo de tiempo en Ennio y, algunas décadas más tarde, en Lucilo se encuentran los primeros testimonios auténticos de uso de este material escrito –y, por tanto, del rollo como soporte de textos literarios– en el mundo literario.

El fenómeno está relacionado con dos hechos de capital importancia y que connotan la cultura romana entre los últimos años del siglo III y de los inicios del siglo I a.C.: el nacimiento de una literatura latina basada en modelos griegos, y la llegada a Roma de bibliotecas completas griegas, provenientes de botines de guerra, en una época en la que cada vez eran más importantes las influencias helénicas, junto con la aparición de un maniático coleccionismo de objetos de producción griega. De este modo, los libros griegos importados representaron el modelo para el libro latino que estaba a punto de nacer. Obras como la Odisea de Livio Andrónico y el Bellum Punicum de Nevio fueron escritos en volumina de papiro, pero, según parece, originariamente no se repartieron en una serie ordenada de libros siguiendo una programación editorial concreta. Por el contrario, la subdivisión de los Annales de Ennio en dieciocho libros desde su composición, y la partición del proemio de Nevio en siete libros realizada posteriormente por el gramático Ottavio Lampadione, indican que poco a poco se abría paso –gracias a la presencia cada vez más amplia de los modelos de libros griegos– una consciencia de la relación entre texto y libro. Se trataba no sólo de realizar una transposición de las exemplaria Graeca en un contexto cultural diferente, sino también de adquirir una disciplina de conjunto de la organización librera que, inspirandose en esos modelos, pudiera ordenar y disponer el texto para la lectura de un modo cada vez más funcional.


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